jueves, octubre 04, 2007

Déjala que duerma, mi pobrecita.



La lluvia hacia trenzas en sus cabellos, el viento azotaba sus caderas, sus pasos eran amplios y apresurados....a donde iría?Mi mirada no la perseguía, corría a su lado. Las gotas de otoño no me dejaban ver con mis estúpidas, y tan necesarias, lentes. Pero yo no podía, no debía quitar mis ojos de ella. Era tan cándida, jugosa y electrizante que me envolvía cual serpiente a su presa. Era una caza, y yo era su débil ratoncillo. ¿ Cómo iba a conseguir olvidarla? No podía, no podía porque lo único que deseaba era tenerla entre mis brazos, oler su piel.Subí las escaleras con el corazón galopando, y pude verla al fondo del pasillo intentando abrir su puerta, al fin entró. Debió secarse porque cuando la toqué no quedaban restos de la lluvia. Sus ojos me lo pedían, sus labios me lo rogaban, tuve que acariciar sus mejillas bruscamente. Era muy ruidosa y no queriamos visita aquella noche. Ahora podía ver el día en sus mejillas, también había lluvia. Intentaba huir...pero por qué huir del amor? No es lo que todas desean?Sus piernas temblorosas dejaban entrever su inocencia, su pecado, su gloria, su perdición, su poder, su todo. Las cuerdas no hirieron su blanca y perfumada piel, tan sedosa como la de mis amantes anteriores. Le dije al oido que pidiese un deseo, pero al oír sólo leves murmullos que no traspasaban la tela decidí optar por mi deseo....amarla.Su cabeza yacía rodeada por su morena cabellera en el suelo. Una dulce sábana de carmín la rodeaba. Había sido sólo mía, sólo mía, en su totalidad y sus lamentos.Cuando salí de su apartamento dejé la puerta bien cerradita, no quiero que la hagan daño, mi pobrecita.

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